Leo por culpa de mi hermano, porque lo observaba abstraerse con sus libritos de aventuras y se olvidaba de jugar conmigo. En cuanto pude, le birlé uno de ellos y así leí mi primer libro grande, largo: Robinson Crusoe. Mis días ya fueron otros y mi vida fue muchas vidas. También mi papá tuvo su gran parte de culpa, cuando traía de la biblioteca del club, la que nadie visitaba, un cúmulo de libros sin ton ni son pero con los que él quería contribuir a nuestra formación. Con ocho, diez años, un día podía tener entre manos "El Discurso del Método", de Descartes, otro día "Memorias de Ultratumba", de Chateaubriand y otro "Crimen y Castigo", de Dostoievski. Claro que leía retazos porque tenía que esforzarme mucho pero sabía intuitivamente que en todos esos párrafos había algo mágico, aunque no interpretara bien qué. El que sí leí completo y absorbí fue "La ciudad de los locos", de Souza Reilly. Y no una, sino muchas veces hasta que lo perdí. Es...
Comentarios
Publicar un comentario