No estamos solos

La soledad es un estado no muy bien visto por la humanidad. Grandes melancolías se le achacan, vidas opacas la arrastran resignadas. Ya sabemos que el hombre es gregario por naturaleza y de los otros se nutre de compañía, de solidaridad, de otras miradas.
Es por ello que cuesta comprender por qué en los últimos tiempos nos manejamos por la urbe como si estuvieramos solos, completamente solos en la tierra.
Caminamos apuradisimos, sin cederle el paso a nadie porque en realidad no los estamos viendo. Cuando vamos a entrar a algún edificio, ignoramos al que está saliendo. En un servicio público no vemos a las mujeres embarazadas, a los discapacitados, a los ancianos y a padres con bebés aupados, ya que parecen no estar ahi . Y hasta los antiguamente llamados caballeros entran en una loca carrera por alcanzar un asiento. Hablamos con voz altisonante por nuestro teléfonos móviles y algunos automovilistas pasean por las calles a cualquier hora escuchando música con sonidos saturados, invadiendo los oídos de los demás, con una mezcla paradójica de exhibicionismo y de negación de la presencia del otro. Vecinos de edificios de departamentos que sienten que en esos 12 pisos vive ellos solos. Dirigentes elegidos por los ciudadanos que solo oyen su llamado interior al poder. Conversaciones que parecen ser "una lucha por ver quién interrumpe a quién", como bien dijo el periodista italiano Leo Longanesi.
No nos escuchamos más. Hasta pareceríamos disfrutar de estar solos. Pero eso sería terrible.
Lo mostraron metafóricamente en un capítulo de la vieja serie "Dimensión Desconocida" y lo relató Ray Bradbury en "Crónicas Marcianas".  Esos mundos solo quedarían en la imaginación del  guionista y del viejo escritor si solo ampliáramos un poco más nuestro radio de visión y audición.
Perdón, pero debo dejar la escritura porque otra vez está sonando el teléfono, interrumpiendo malsanamente mi tranquila soledad hogareña.

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