Células desmadre




En el auditorio principal de la Universidad de Ciencias Biológicas iba a brindar una conferencia el Dr. Manuel Pérez Lozando, catedrático distinguido de la Universidad de Madrid.
 
El doctor era un reconocido especialista e investigador en células madres. Profesionales, estudiantes y gente de a pie habían hecho reservas con mucha antelación para poder estar presente en la charla. El científico iba a desarrollar una exposición sobre dichas células como armas contra el envejecimiento. Seguramente él tenía la última información sobre el tema. Y un buen detalle era que tenía fama de ser sumamente didáctico y ameno, pese a tener que hablar sobre un tema tan complejo.

Cuando llegó el día, la escalinata de la Facultad estaba repleta de personas ansiosas por ingresar. Abrieron las puertas del auditorio y todo el público se ubicó ordenadamente en sus mullidos asientos, la conferencia no iba a durar menos de 4 horas.

Lentamente fueron bajando las luces y cuando solo iluminaron el escenario, el doctor ya se hallaba ubicado en él. Un cálido y efusivo aplauso le dio la bienvenida. Era un hombre de alrededor de unos 50 años, con abundante cabellera oscura, ágilmente juvenil en sus movimientos y derrochando simpatía así, sin más verle.

Rápidamente comenzó su conferencia, brindando todos los detalles de las más recientes investigaciones sobre las células madre como aliadas para combatir la senilidad. Promediando la charla propuso al público un juego: que adivinaran su edad. Los pocos que se animaron a hablar arriesgaron números que rondaban los 50. Les respondió que estaban algo lejos de la verdad, que tenía 67 años. Inmediatamente confesó que él mismo experimentaba con el tratamiento que estaba investigando. Un murmullo de sorpresa recorrió toda la sala, mientras el profesional caminaba con evidente orgullo. Cuando todos se acallaron continuó con su conferencia.

Pero en un momento, algo comenzó a sentirse diferente. El público, lejos del anterior murmullo, se sumergió en un extraño silencio y miraba al escenario fijamente. A medida que los minutos avanzaban, la gente se animó a mirarse entre sí, como interrogándose gestualmente. Ya nadie prestaba atención a la palabra científica y el doctor se sentía incómodo, ya no era la estrella pero tampoco comprendía el motivo de la distracción del público. Con disimulo, miró a sus espaldas y hacia los foros, pero no notó nada extraño. Repentinamente lo acosó un gran cansancio, lo que no era de extrañar, hacía menos de  24 hs que había llegado desde Europa.

De las últimas filas del auditorio, algunos se levantaron y se retiraron, creyéndose menos expuestos, pero el doctor, aunque en sombras, veía que las personas se inquietaban y se iban retirando. Trató de recordar que podría haber dicho que los hubiera ofendido o asustado pero más lo asustó no poder recordar qué era lo que había dicho hace unos minutos atrás.

El público perdió toda la compostura y comenzó a ir hacia la salida, en medio de gritos y corridas. Tratando de atravesar esa masa de gente horrorizada, llegó un equipo médico que habían llamado previamente los organizadores. Pero el panorama era desolador e inexplicable.

Faltaba aún un muy largo camino para poder hablar sobre la ayuda de las células madre para detener a la vejez. Más bien pareciera todo lo contrario, viendo al borde del escenario a un irreconocible, yaciente y muy envejecido Dr. Pérez Lozando.



Andrea M. Leiva

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