El rengo y el gordo
Sentado en el sillón de cuerina gris una siesta de otoño, trataba de resolver un crucigrama, dos crucigramas, el crucigrama.
Cinco años atrás había comenzado una
carrera universitaria. Su vocación se encontraba entre esos viejos frascos
marrones y azulinos, con sus hierbas, polvos y cáscaras. Quería ser
farmacéutico, como el rengo de la otra cuadra pero feliz, porque tampoco es que
le emocionará terminar bailoteando en el extremo de una soga. No, él quería ser
como el gordo amigable que vino después, el que cuidaba de todo el vecindario,
dando consejos para aliviar síntomas y poder eludir así a la guardia médica.
Sus amigos lo siguieron en su elección.
Un poco porque no tenían tan claro como él el camino a seguir y sobre todo porque
ninguno de ellos quería separarse del grupo.
La democracia estaba a la vuelta de la
esquina y la Facultad era pura ebullición y eso lo entusiasmaba.
Pero a poco de ingresar, la llama que
llevaba consigo comenzó a parpadear. Ni la política efervescente, ni las
fiestas, ni los nuevos compañeros y ni los viejos amigos conseguían mantenerla
encendida. La existencia se convirtió en una bolsa de preguntas sin respuestas.
Las dudas cayeron sobre su cabeza torrencialmente y ya pensaba más en el rengo
que en el gordo feliz.
Silencios, pastis, idas a clase en
estado de suspensión, fracaso tras fracaso en las aulas. Todo iba enrollándolo
en una madeja angustiosa, en una caída sin fin, sumando un día atrás de otro y
nada más.
Pero un día el fueguito comenzó a chisporrotear
y el amor tuvo un lugar, la caída se desaceleró. Tumbo tras tumbo sobrevivía a
una carrera que lo estaba aniquilando de manera mezquina. Los frascos y sus
contenidos terminaron siendo todo un descubrimiento para sus amigos y toda una
decepción para él.
Los tumbos lo hicieron llegar
hasta el sillón de cuerina gris una tarde otoñal. Escribió la última palabra
que le faltaba: “Dejar una actividad u ocupación o no seguir realizándola”. Y
de un solo envión se puso de pie, las pupilas se le encendieron, sonrió y el
fuego comenzó a vibrar. El crucigrama ya
estaba resuelto.
Andrea M. Leiva
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